12 nov 2015

La niña y la bosca

   El bosque la estaba perjudicando de alguna u otra forma que ella desconocía, pero desde hace un par de meses no para de pensar en él. No puede haber nada malo con la vegetación, pensaba. La fauna visible parecía también mansa para con los humanos, o al menos para con Laura. La fauna invisible ella no la veía, así que eso no la agitaba. Hasta hoy.
   Tragó medio litro de saliva falsa de gato que tenía oculta en su cómoda por algo relacionado con la vergüenza, cogió un trozo de cartón atado a una cuerda con un agujero del tamaño de un ojo y se adentró sola o acompañada en el oscuro bosque. Con el cartón acercado a su cara se acercó con sigilo a las partes que ella consideraba oportunas o aterradoras, para confirmar la existencia de alguno de esos animales invisibles que creían estaban molestándola malamente. Se tropezó con una rama rota porque no veía donde pisaba. En ese momento tras el agujero de su cartón resolutivo vio algo que parecía estar vivo o que parecía al menos moverse por alguna fuerza interna no mecánica. Tenía solo brazos, describía Laura en su diario. Unos doce. Doce brazos apelotonados uno encima de otros, con trozos de carne simulando manos. Eso a ella le daba miedo, así que se quitó el cartón, retrocedió y tropezó otra vez, cayendo. El cartón se dobló, así que ella imaginó que perdió su funcionamiento. No intentó volver a ponérselo en la cara, no le convenía. Se levantó lo más rápido que ella quiso, corrió a su casa y nunca más volvió al bosque. Al menos hasta mañana.