25 may 2013

Sobre el matrimonio

   En otro tiempo (pensaba él) y bajo una fuente de luz que no reconocería, encontraría, ya por fin, el motivo y motto que necesitaba y nunca había alcanzado ni siquiera a percibir que echara en falta. Esta carencia que nunca supo que tuvo y le atormentaba todas las noches (o al menos cada martes), quedaba patente en absolutamente todos sus recurrentes sueños sobre bodas que acababan con la tarta nupcial en llamas y donde todos los invitados, tras la ceremonia, corrían en direcciones que no tenían por qué ser la salida. Llamas verdes.

   Pues bien, al acabar una madrugada de martes se sintió muy capaz, de repente, de crear paralelamente a su trabajo como taquígrafo, en las horas que él consideraba muertas pero realmente estaban agonizando y podían salvarse, obras completas basadas en sus sueños. Obras artísticas de cualquier formato e índole basadas en esa tarta ardiendo, cuyo lema se podía resumir, según sus apuntes, en la moderna tragedia que suponía para él que los conceptos de quererla y tenerla nunca se dieran a la vez en una misma mujer: el principio y fin del amor. Cuando la tenía ya no la quería y viceversa. Normalmente eran cuadros de témperas pastel de las figuras de cera que representan a la pareja, vestidos como para casarse, derretidas, sonriendo, con un tono verdoso. También canciones.


   Los cuadros representaban la culminación de la vida amorosa, el último punto de la última etapa de una pareja como entidad, como concepto: la cima de una relación. "A más no se puede llegar". Representaban el fin del cortejo, de la fase del enamoramiento y, por consiguiente, la muerte inmediata e incinerada del verdadero sentido de “amarse”, o sea, todo lo anterior a ese punto. Pero también representaban, de alguna manera y de forma más abstracta (según él), el súbito y esperanzador nacimiento de entre todas esas cenizas del más básico sentido de vivir: no morir solo.

19 may 2013

Metadiálogo

— Las tres y cuarto. Y a ver si se compra ya un reloj, José María... ahorraría tiempo y saliva.
Pero que yo no quiero saber la hora.
— Y entonces para qué me la pregunta.
Preguntarle el qué.
— La hora.
La hora se pide o se da, no se pregunta. Y yo no le he preguntado nada.
— Me ha preguntado que qué hora es y por eso yo se la he dado. No estoy loco.
Pero ahí no aparece.
— ¿Que no aparece el qué? Me enerva.
Que no aparece mi pregunta, le digo. Así que podría acusarle de inventor o mentiroso y tendría las de ganar. O llevarle a juicio y ganarlo también.
— ¿El juicio?
Ganarle el juicio, sí.
— ¿Me está diciendo que la conversación la hemos empezado empezada?
Si quiere verlo así...
— ¿Y ahora por qué se subraya?
Antojo.
— Es usted la peor persona que yo haya conocido jamás.

52''

   La niña llevaba ya casi dos horas dormida pero dejó de dormir y ahora está despierta y con la garganta seca, mirando al techo sin ver nada. Coincidió la hora en que se levantara de la cama, en el preciso momento en el que plantara su pie descalzo en el suelo, en hora, minutos y segundos, con las veces que ya había hecho ese gesto en esa habitación y con ese colchón: 00:12:22; mil doscientas veintidos veces. Nunca jamás iba a pasar esto en esa casa con ninguna otra persona ya que en tres años, cinco meses y dos días se mudarían (todavía no lo saben) a otro sitio y con otros colchones y somieres. Intuyó algo loco, por un momento, al plantar ya el segundo pie. Algo especial estaba ocurriendo en su cara pero no sabía expresar con palabras lo que sintió al llegar a la cocina: abrió el grifo y ya no era más una niña. Maduró, de golpe y porrazo. Llenó el vaso, bebió el agua y se convirtió en mujer.
   Este mágico e inexplicable suceso, por desgracia o porque sí, solo lo pudo saber la sábana bajera cuando volvió a colocarse sobre ella, a las 00:13:14. La ya-no-niña se quedaría con la duda pero ahora que no tiene la garganta seca ya puede seguir durmiendo tranquila. 

8 may 2013

Tres días son mucho tiempo

   Un señor lleno de barro y con las ropas rasgadas en una tienda de aparatos electrónicos.

— Hola, soy Tomás Falsas.

— Y qué desea.
Pues verá, llevo casi tres días intentando entrar pero se me hizo prácticamente imposible y si no fuera por ese señor de ahí creo que ni siquiera estaría aquí ahora hablando con usted —señala a un señor—. Deberían facilitar una mejor entrada a su tienda si de verdad quieren clientes asíduos... como yo. Yo creo que sería un buen cliente si supiera cómo entrar. Venden cosas fascinantes. Como ese cable —señala un cable—.
— Pero hay solo una puerta como puede ver... con la que solo tirando de ella puede acceder al interior. Ahora dígame qué desea.
Eso. Vengo a poner una reclamación sobre la pésima accesibilidad a su tienda. Solo eso.
— Intentaremos pensar en qué podríamos hacer para mejorarla. Pero ahora dígame, por favor, qué es lo que quiere, ya que hay una larga cola de gente detrás de usted.
Le estoy diciendo que he venido solo a quejarme de que me ha costado la misma vida venir. Lo he pasado realmente mal.