13 mar 2012

Primera sesión.

– Dígame qué le ocurre despacio y tranquila, pero ante todo intente comenzar por el principio, por favor, ¡si es que lo sabe con certeza!
– Es muy obvio que voy a empezar por el principio, ¿no?
– ¿Por qué obvia esto último, señorita?
– Hombre, no sé, teniendo en cuenta que las historias suelen empezar por el principio... pues lo he obviado porque era obvio. Yo.
– No siempre es así, ¿eh? No siempre. Además, en los casos de egocentrismo como el suyo, los pacientes vienen muy nerviosos y comenzando siempre por lo que mejor recuerdan. Y lo que mejor recuerdan no es siempre el principio, ¿me entiende?
– Usted mismo lo ha dicho: LOS PACIENTES vienen muy nerviosos, y yo no soy ninguna paciente. Yo estoy aquí obligada, yo he venido obligada a sentarme en este sofá con usted, obligada también. Obligada. Yo no soy ninguna loca. Yo. Además, así me ahorro dos horas de clase al día, ¿me ha entendido usted a mí ahora? A mi persona, a la mía –señalándose la sien–.
– Perfectamente –anotando–. No ha perdido todavía el habla. Razona por sí misma, aún.
– ¿Hola? Susurraba sus notas, lo he oído todo. Yo.
– No se preocupe, no es nada. Sin embargo yo sí que me preocupo. Me preocupo al pensar en que se siente usted obligada a venir aquí, pero se equivoca de cabo a rabo, señorita.
– Natalia.
– Natalia. Pues eso, que tanto es así que puede levantarse y abandonar la habitación cuando plazca. ¿Ahora mismo? Pues ahora mismo –con un mando a distancia hace aparecer pinchos y fuego de la puerta–.
– Policía.
– Policío.